Los niños Mezclados No Son Mitades
- sarariesner
- 22 abr
- 2 Min. de lectura

Hay una fractura silenciosa que ocurre en las familias multiculturales cuando pretendemos que la identidad de un niño puede dividirse por la mitad. Les llamamos “mitad esto, mitad aquello”, como si la herencia fuera una operación matemática, como si su parte coreana perteneciera solo a la casa de su madre, y su parte dominicana solo a la de su padre. Asignamos la propiedad del idioma, de las fiestas, de la historia, como si el amor y el linaje pudieran repartirse por domicilios.
Pero los niños no están hechos de mitades. Son completos.
Cuando ponemos puertas a la cultura, cuando decimos: “Esta parte de ti me toca a mí enseñártela, no a ti vivirla”, no estamos protegiendo al niño, le estamos obligando a compartimentarse. A guardar trozos de sí mismo según con qué progenitor esté. A sentir, de forma sutil, que un hogar celebra lo que el otro ignora o, peor aún, rechaza.
Esto no va de apropiarse de lo que no es tuyo. No va de mostrar una solidaridad vacía ni de cruzar límites personales. Va de entender que, cuando dejamos fuera a un padre o madre de una parte de la identidad de su hijo, no estamos preservando la cultura, estamos privando de conexión. Estamos diciendo al niño, de forma implícita, que parte de sus raíces son condicionales. Que solo puede ser visto por partes, nunca enteramente.
He visto esto suceder de muchas maneras. La madre que duda en poner rancheras en el coche porque la familia de su exmarido “posee” la herencia mexicana del niño. El padre que evita hablar del Diwali porque “es cosa de su madre”. Los abuelos que se tensan cuando el niño habla árabe en una casa no árabe. No son actos de mala intención. Son actos de miedo: miedo a equivocarse, a meterse donde no le llaman, a ser acusado de apropiación cultural.
Pero aquí va una verdad: la identidad de un niño no es un territorio que se reclama. No es mitad tuya, mitad de otro. Es completamente suya.
No se trata de lo que tú sepas. Se trata de lo que ese niño necesita. Un niño no debería fragmentarse para acomodar las inseguridades de un progenitor, o las normas tácitas de una familia. No debería tener que ganarse el derecho a ser completo en cada espacio que habita.
El objetivo no es dividir el mundo del niño en “tuyo” y “mío”. Es construir un espacio donde todo lo que son pueda existir al mismo tiempo, donde no tenga que alternar entre identidades según con quién esté. Donde su negritud no se quede en una casa y su judaísmo en la otra. Donde su spanglish no sea corregido hasta quedar separado por compartimentos.
Porque los niños mezclados no son rompecabezas por resolver. Son personas completas con una pregunta sencilla: “¿Puedo ser todo lo que soy, aquí, contigo?”
Y merecen ser vistos por completo, por todas las personas que les quieren.
- Sara
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